jueves, 24 de diciembre de 2015

Tiempo de adviento

¡Feliz Navidad ! os deseo desde mi modesto estudio, obrador de donde salen estas historias.

Siempre, llegados al primer domingo después del día de san Andrés, el párroco nos decía desde su púlpito que entrábamos en “Tiempo de Adviento”.

A mi esta palabra me ganó desde  la primera vez que escuché su suene de clarín, acaso por el aire de expectación que se le oye entre las letras, o por el olor a promisión que tiene su grafía; como el que traen los instantes anteriores a que empiece a nevar.

A mí, eso de ponerse a esperar, como nos decían, me gustaba, pues solo se espera a lo bueno, a eso que nos va a traer alegría. Que lo malo, ya nos lo sabíamos, tiene la mala costumbre de llegar a destiempo, a deshoras de juerguista, con la impertinencia del caprichoso. Así se espera a la flor del almendro en los blancos sabanales de marzo como si fuera un telegrama de la próxima primavera, y a la del cerezo como al timbre del recreo escolar para salir a jugar al mundo, y al racimo salivando azúcar en las vides del estío, y a la nogal que libere de su puño el pequeño arcón de la nuez.

Pero nadie le da aguardo en su pecho al hielo que muerde la flor, ni al pedrisco que apalea la uva, ni al rayo que fulmina ganados por los prados, ni al fuego desaforado que  hace con los castaños y sus buenos frutos un extenso e indeseado “calbotero”. No, nadie convoca ni espera éstas ni otras fatalidades, pero tampoco nadie las sabe parar.

Los niños son expertos en esperas, y los niños de los pueblos acaso lo éramos más. Esperábamos cosas sencillas como que salieran los polluelos en los nidos, que abundaran las cerezas, que maduraran los madroños, que las zarzas dieran sus perlas negras; que llegaran las vacaciones del verano para rodar  bicicletas,  que subieran los del pueblo vecino para volverles a ganar al fútbol, que fuera siempre domingo por los cinco duros de paga, estrenar alguna ropa que no hubiera sido de tu hermano,  un par de zapatillas…, y, claro está, que llegara la Navidad, pues siempre es tiempo de dádivas.


En Sequeros, cuando llegaban estos tiempos, yo me asomaba como raposa de gallinero por los cristales de la tienda del señor Gil y la señora Eva, o por la de la señora Avelina y el señor Ramón, por ver si a esos espacios siempre bien surtidos de parcas cosas nutricias como las bacaladas, los toneletes de escabeche, el café en grano de Portugal, las latas de conserva…, y demás cosas que se requieren en una vida de diario, habían llegado la orquestación festiva y luminosa de los polvorones, las peladillas gordas, los mazapanes, los higos secos, las pasas de Málaga, los turrones, las frutas de Aragón. Y cuando esto sucedía entraba muy serio y demandaba de todo un poco. “Y que dice mi madre que lo apunte…”, y me iba al monte con mis presas. Y hecho en una tienda, hecho en la otra, y la alegría me duraba hasta que mi madre bajaba a pagar su hoja del cuaderno del fiado, y se encontraba con el recado de mi trampa.

Me veo ahora en todas aquellas catequesis de mis años tiernos escuchando lo que el fin de año nos traía. Nos habla el cura de turno, que acaso sería don Marino de la Alberca, o don Ángel o don Francisco de Sequeros, o don Saturnino del hospicio salmantino, o don Santiago del seminario de Ciudad Rodrigo. Mientras, otras cosas iban llegando. Llegaban cartas de los amigos lejanos, de la familia, y el cartero con paquetes de las tías que estaban en Alemania, en Barcelona, en Irún, en Francia…, o en algún lugar así en donde vivían los reyes Magos. Y esperabas también aviso del locutorio telefónico de devolución de llamada de aquella que besaste en verano y se fue a su Mondragón, o su Madrid, y esperabas también sin decírselo a nadie, cada Noche Buena, a que del coche de línea se bajara alguien que nunca se apeó.

Pero en realidad, al que esperaba en aquellos tiempos de azulona Navidad, poniendo en sordina las palabras del párroco, y volando sobre los villancicos, era a mi mismo: al hombre que iba a ser, a los maravillosos años que vendrían, a la emocionante vida que llevaría en esa permanente natividad que es todo futuro cuando se le mira desde el pesebre de la inocencia, de la ilusión, del trabajo y de la voluntad.

Y esto es lo que os deseo en estos días, amigos lectores, que os advenga mucho, y todo bueno.

Relato publicado en el número de diciembre de 2015 de "El Periódico de la Sierra", rotativo mensual de la Sierra de Francia, en Salamanca.





domingo, 20 de diciembre de 2015

A cuentas con la Navidad




A mí, como hombre de letras (cinco o seis de nuestro alfabeto castellano, nada más, y puestas aquí y allá, no te creas), soy aficionado, advenido este tiempo, a escribir un cuento de navideño.

Pero este año me lo he encontrado hecho en la sección de “Obituarios” del diario EL MUNDO, del pasado domingo 13 de diciembre. Me gusta siempre mirar esta sección de los rotativos, y no por morbo, ni por, cómo me dijo un anciano por ver si aparecía su nombre por esos despistes periodísticos, ni siquiera por la mala bilis de ver, como hacen otros, si las barbas de los queridos enemigos han sido rapadas por la guadaña, no: por nada de todo esto, sino porque en las crónicas póstumas de los periódicos suelo encontrar mucha vida. Ahí me entero del adiós de tal científico, o literato, o gran dama, o personaje de vida ejemplar del que nada sabía.

Este ha sido el caso de Evan Laversage, niño de apenas 7 años que después de cinco luchando contra el Cáncer, ése maldito componedor de necrológicas, falleció.

Vivía el niño en St. George, ciudad de 3.000 habitantes al sur de Ontario, Canadá, e hizo que este año en su localidad la Navidad se precipitara casi 2 meses. Ocurrió que el parte médico de Evan no daba esperanzas al pequeño, y sus vecinos decidieron llamar a Papa Noel, echar sobre los 18 grados del ambiente nieve artificial, ponen ya las luces titilantes por las calles, despertar a los árboles sus frutos navideños, hacer una cabalgata con siete mil personas, cantar villancicos, y no digo que a empezar a comer turrón pues eso es hispánico…, pero qué leches, tal vez también.
Y el niño tuvo su Navidad en octubre, la recordó todo noviembre, y el pasado 6 de diciembre se marchó a un lugar aún más remoto que el Polo Norte.

La Navidad de Evan Laversage. Octubre de 2015. St. George, Canadá.
Y ahora que Evan nos ha regalado tan preciosa historia, espero no fastidiarla yo cono con las letrillas que siguen.
Y esto es que se me ocurre que en esta Iberia nuestra llevamos también meses anticipando Pascuas. Hemos tenido largos días de cabalgatas anticipadas de Reyes Magos, barbosos Noeles, duendes traviesos de larga coleta, algún que otro paje de impoluto traje y corbata, e infinidad de cantarines coros por nuestras casas pidiendo el aguinaldo electoral.

Unos nos contaban cuentos, otros que se dejaran de fábulas y se ciñeran a las cuentas, ignorando acaso que ambas palabras vienen etimológicamente del mismo vocablo: cómputo; esa recolección de cosas, números, hechos, sueños, promesas, ay, desengaños…

Éstos nos sacaban su turrón más duro, el que rompe los dientes de la esperanza social; los otros un jijona blando y dulzón de los que dejan unas caries tremendas; aquellos nos empalagaban con sus mazapanes, y los otros ofrecían unos polvorones que se desmigaban que no veas.

Y nosotros ahí, cogiendo de la bandeja familiar esto o lo otro, o mirando el blanco ovalado de las peladillas.

Y he aquí que hoy, domingo 20 de diciembre, todos vamos a dejar la carta pedigüeña de nuestro voto en el gran calcetín de  las urnas que nos han puesto en la chimenea patria, por ver que nos echan esta vez los magos de la política.

Yo he vuelto a pedir una bicicleta nueva, pero no tengo muchas esperanzas de que me la traigan, pero quien sabe.

¡Feliz Navidad Evan! ,y si andas por ese país de los sueños, mira a ver si me echas una mano, como me la has echado en estos párrafos.




lunes, 9 de noviembre de 2015

Y será otoño

Reflejo en la Plaza Mayor de Salamanca. 3 de noviembre de 2015

Llegarás, ciertamente, a una plaza al amanecer.

Sonará el hueco del aire, y la hora apenas logrará deshilachar el rosado de la aurora que zurcen los vencejos.
Esto ocurre cuando los árboles se desdientan y pierden su sonrisa.

Será otoño, y cuando digas "Es otoño", se te caerá una hoja en los ojos.

Es tu plaza, en donde ahora deambulan ebrios estudiantiles como lo fuiste, y juega la juventud con el chorro de las máquinas del riego civil, como hicieras tú. 

Y pasan ya los funcionarios, y las secretarias de tantos secretos velados, y los dependientes hacia sus mostradores cada vez más vacíos, y los señores concejales con sus trajes tan carpetados; y los directores de la banca, y aquel anciano que trae miga para las palomas.

Y se perderán todos en la hora como gaviotas furibundas que no encuentran mar para sus vuelos.Como todos en su hoja laboral.
Te imagino viendo todo esto; la hornada primera de cada día, pensando en qué tahona se consumió todo aquel fuego que tenías, los sueños juveniles y toda esa calderilla de hojarasca que deja siempre el otoño en la identidad.

Pero mira por donde..., que llegan los escolares con sus carteras, espantando de los charcos esa hoja caída en tu nostalgia,con las mariposas del sueño aún en sus ojos, y cuyas risas son las únicas que sabrán bordar el futuro.

Y yo - si alguien me hubiera llamado a decir algo aquí- diría que la vida no olvida ni desdeña, que solo ejecuta continuas disidencias para seguir siéndote fiel, a ti, y a sí misma: a la prisa que son esos escolares que con sus pies rompen el reflejo de tu charco de nostalgia.

Llegarás, ciertamente, a una plaza en el alba. 

Recuerda: hará frío, y habrá de ser otoño gozoso y de frutos en tu alma.
Publicado en el periódico digital
Salamanca Rtv al Día,
domingo 8 de noviembre de 2015

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

lunes, 21 de septiembre de 2015

Cabalgando soles


En la antigua vía férrea, hoy vía verde, entre Carbajosa de la Sagrada y Alba de Tormes.
Domingo 20 de septiembre de 2015.
Adiós, verano, y gracias por llevarme a tantos lugares.

Por acompañarme a la Sierra de Francia: a Sequeros, a San Martín del Castañar, a Mogarraz, a La Alberca.
Agradecido porque bailaras con nosotros bajo la luna ardiente de san Juan en las Fiestas de Villalba de los Llanos, ese humilde lugar de gran Historia que tanto quiero, y donde duermen sus furores medievales el despoblador Enríquez y la Brava María.

Me acuerdo ahora de la tarde en que te dormiste junto a mí en la siesta bajo un álamo en la bella Ledesma, y de las veces que rodamos juntos por los rastrojos de Florida de Liébana, de Pino de Tormes, de Almenara, de Carrascal de Velanvelez, de Zarapicos, de Valdemierque,o de Martinamor.

Y de una mañana de julio en la que subimos al Arapil grande a recrear la victoria en la francesada con las buenas gentes de Las Torres y Arapiles, y por allá recorrí campos con mi ciclo como si fuera de avanzadilla en la brigada montada de don Julián Sánchez "El Charro"... gracias también.

Amo los ecos de las buenas conversaciones jacobeas tenidas, allá en Morilles, con los que he encontrado en La Ruta de la Plata subiendo de las andalucías y extremaduras del sur; añoro las peregrinas pláticas la taberna de Chuchi en Miranda de Azán, y las sentadas en los poyos con los hombres de Mozarbez para parlamentar de las grandes cosas pequeñas de cada día.

Gracias por aquella vez en la que se me olvidó salirme de los relojes de la solana, y Rogelio me dio sombra, palabra fresca y agua del buen barro en el portal de su casa de Las Torres. Tambiém por dejarme conocer a Luis Navarro, hombre de Valero llegado a estas llanuras, un viejo pastor- casi nada- y que me enseño a manejar el viento cuando se limpian los garbanzos...Sí hombre, recuerda: aquella tarde que llegábamos por un camino de polvo rojo a Aldeatejada.

Muchas veces, ya lo sabes, hemos ido de la mano por el camino de Teresa a su Alba de Tormes, y qué horas de santo refrigerio nos tomábamos en la plaza mayor de Carbajosa de la Sagrada en nuestros sudorosos regresos.

Oye, estío, compañero, ahora que veo que recoges tus lienzos, gracias por traer de los nortes de más umbría a Agustín con sus perros, sus cientos de ovejas, y de nuevo a las mesnadas del otoño de nuevo por los tesos de Castilla.

Y todo esto he tenido en tu compañía, por el coste de una embuerza de céntimos, una triste bicicleta, mucha ilusión y empeño sostenido.

Qué bueno ha sido que te quedaras conmigo en la ciudad donde todo tempo es de oro y sueño: Salamanca , y por tantos y tan bellos, cercanos y singulares lugares de su provincia. 

Pero, sobre todo, amigo que te te vas, gracias por dejarme que cada día fuera rodando por el mundo como quien cabalga soles.

Enbuerza: vocablo serrano que alude a la cantidad que entra en el cuenco que hacen las dos manos juntas.

Antigua vía férrea, hoy vía verde,entre Carbajosa de la Sagrada y Alba de Tormes.
Domingo 20 de septiembre de 2015.
Calle de Mogarraz, Sierra de Francia. Agosto de 2015.

Entrando en Miranda de Azán, Salamanca. Septiembre de 2015.

La Alberca, Sierra de Francia, agosto de 2015.

Procesión de las Fiestas de San Juan bautista en Villalba de los Llanos, Salamanca. Domingo 28 de junio de 2015.

San Martín del Castañar, Sierra de Francia. Junio de 2015.



Escinificación de la victoria en la batalla de Los Arapiles de 1812.
Arapiles, Las Torres, (Salamanca) 12 de julio de 2015.

Puente sobre el río Tormes, Ledesma (Salamanca) , julio de 2015.

Vista de Alba de Tormes (Salamanca)

Campos de Florida de Liébana (Salamanca), agosto de 2015.

El río Tormes a su paso por Salamanca, agosto de 2015.

Mogarraz, Sierra de Francia, 2 de agosto de 2015.
San Martín del Castañar, Sierra de Francia. Junio de 2015.
Sequeros, Sierra de Francia. Junio de 2015.
Amanece en La Alberca, Sierra de Francia.







Vista de la Peña de Francia desde la iglesia de El Robledo de Sequeros, Salamanca, Castilla y Léon, España...,y en mi pecho.









domingo, 6 de septiembre de 2015

Canción de cuna para Aylan


Yo no sé si en estos Damascos de fuego y trueno, las mujeres bañan a sus hijos con patitos de goma.

Ignoro también, si los niños de esas encendidas tierras chapoteaban en la espuma olorosa con ellos.

Por no saber, no sé si los padres, viendo la plaga de la época, cuentan a su familia, en la hora del sol de ceniza, y sobre el pan que les trajo el día,  de trayectos por los dibujos de los atlas escolares.

Y si cumplidas sus oraciones, se sientan en el borde de las camas de sus niños, y les hablan de Aladino, de mágicas alfombras en los que huir de la guerra, o de  aquel Simbad de marinas barbas y muchos prodigios, u  otras  mil y una historias para convocar su sueño.

Yo, no sé.

Pero he sabido que las palomas  mensajeras del oriente se pierden cuando quieren llegar al Canadá, aquel de tantos peregrinos. Y que Europa duerme y olvida con sus cuentos de metal.

He sabido, sí, un día, en la hora en la que los gallos hacen gárgaras en su gaznate con la aurora, y en la que los periódicos nos quitan las legañas, de Aylan Kurdi.

He conocido de gentes que andan como boyas en el mar de sus sueños, de  marenostrums, y de los maresuyos de la política internacional.

Vi la foto de un crío al que le había salido la blanca sombra de los héroes, de los intrépidos, de los que leen cuentos..., de los ahogados. Y me quedé parado; como tú, como el otro, como casi todos. Me dieron ganas de nadar por las páginas para saber más, y de gritar pidiendo remedio, y de pedir, que le pusieran al crío una mantita zamorana, que fuera verde como el trillado verde de la esperanza, y unas sábanas rosas de franela, que la muerte se nos viene siempre con los fríos del invierno, por ver si me resucitaba en los ojos. 

Y, qué cosas, el chiquillo, allí, sobre las sábanas de arena, destapado de la manta de espuma, durmiendo boca abajo, desatijado como quien se revuelve en un sueño que no acaba de controlar, empezó a resucitar cosas.

Pienso ahora, que acaso el niño sonreía cuando su padre le llevaba sobre sus espaldas por el camino de los mapas, cuando vio que su madre Rehan sacaba en el exilio unos dátiles de su fardo, y el siempre nutricio alimento de su sonrisa.

Acaso, pensaba también, el pequeño Aylan, viendo el brillo en los ojos de sus hermanos mayores cuando les subieron al bote de goma, pensó que el gran mar era una bañera, y aquella embarcación en la que iban, el patito soñado para navegar al fin las pompas del jabón.

Total: ¿Qué le iba a pasar si iba con su madre que olía a cedro del Líbano, y a su padre que todo lo sabía?

Pero lo que no sabía Aylan, y saben los teletipos, es que estaba llamado a convertirse en un arquetipo picassiano contra las guerras como del Guernica, en un hito del fotoperiodismo, en un flash de portada; y la suya, la historia de su madre y hermano Galip, de otros tres niños y 7 adultos que vomitó el mar en una noche de septiembre, serían al fin la voz, el grito, dijo Nilüfer Demir, la periodista que difundió la foto de la playa, de tantos fallecidos en igual odisea humana.

Así, la imagen de un niño de tres años en la posición de un sueño revuelto, se había convertido en personaje de cuento de esos que relatan las generaciones a los suyos cuando la luna se afila en las ventanas.

Y en héroe, pues él, ha abierto caminos, ha  salvado a los demás de las estaciones estancas. Aylan no alcanzaría a imaginar en su mejor fantasía, que iría volando en la alfombra de la red que todo lo visita, ni que haría prodigios políticos dignos de Aladino, ni hazañas marinas como aquel Simbad, ni que su blanca sombra de celulosa por los rotativos abriría los despachos administrativos cerrados a cal y canto por las aduanas.

Ni que su silencio de goma y sal sería una canción de cuna para despertarnos,  a ti, a mí, a Europa, al mundo, del naufragio humanitario en el que dormíamos.

Publicado en el periódico digital
Salamanca rtv al Día,




Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

Portada del periódico EL MUNDO, 3 de septiembre de 2015.
Aylan Kurdi, foto de Nilüfer Demir, Reuters, Náufrago junto a otros 4 niños y siete adultos en playa de Bodrum, Turquía , 2 de Septiembre de 2015.






lunes, 31 de agosto de 2015

Luz de lluvia

Entrando en Alba de Tormes, Salamanca, Castilla León, España,...y en mi canción.
Mañana del domingo 30 de agosto de 2015.



Luz que como de bombilla de 60, nos pone en la mañana la tormenta inesperada. 

Candil del agua añorada, alumbre del agosto tardío.

Pues a las nueve de esta mañana, cuando bicicleteaba por la antigua vía férrea entre Carbajosa de la Sagrada y Alba de Tormes hoy convertida, acertadamente ,en una vía verde para caminantes y ciclistas, me cogió el chaparrón.

Y, ¿Qué hiciste tú?, me pregunta el otro como si le interesase la cosa.

Pues nada -respondo- que me dio por cantar aquello que tantas veces cantara; lo del bueno de Pablo Guerrero:

      ... Estamos amasados con libertad, muchacha,
      pero ¿quién nos ata?
     Ten tu barro dispuesto, elegido tu sitio
     preparada tu marcha.
    Hay que doler de la vida hasta creer
    que tiene que llover
    a cántaros.
   Ellos seguirán dormidos
   en sus cuentas corrientes de seguridad.
   Planearán vender la vida y la muerte y la paz.
  ¿Le pongo diez metros, en cómodos plazos, de felicidad?
  Pero tú y yo sabemos que hay señales que anuncian
  que la siesta se acaba
  y que una lluvia fuerte sin bioenzimas, claro,
  limpiará nuestra casa.
   Hay que doler de la vida hasta creer
 que tiene que llover
a cántaros.


Y empapadito, y afónico, entraba en mi querida Alba de Tormes. Pero, oye, tú, al que no le interesaba esto: ¡tremendamente dichoso!

Entrando en Alba de Tormes. 30 de agosto de 2015.
Poco puede parar a los caballeros bicicletantes, en una mañana de domingo.
Se nos va agosto, y en septiembre..., pues eso: que nos llueva A Cántaros por estos días de tanta sequía, y erial patrio...

sábado, 22 de agosto de 2015

No eran las cinco de la tarde...

Lídia popular en la Plaza Mayor de La Alberca, Sierra de Francia,Salamanca,
Castilla y León, España...Domingo 16 de agosto de 2015.

No eran las cinco de la tarde , Federico.


Eran las seis corridas en el día que rodaba, y las muchas en las campanadas de los años, y las tantas en el reloj tuerto de los siglos.


Y en el coso de la Plaza Mayor de La Alberca, de nuevo danzaba la vida y la muerte.

Y sonaban los clarines.

Pero yo solo me fijaba el el clareo que abría el cielo en la tarde nublaba.

Lídia popular en la Plaza Mayor de La Alberca, Sierra de Francia,Salamanca,
Castilla y León, España...Domingo 16 de agosto de 2015. 2
Sí, en las tardes de agosto la vida y la muerte danzan por nuestros pueblos al son de los clarines.

Yo no sé cómo acabó la cosa, pues miraba los balcones vacíos donde estaba la gente ausente que buscaba, y, ya se ha dicho, al turquesa de un cielo que espejaba. 

Y luego me fui a vagabundear por las calles solitarias, buscando el abrigo de las sombras, de los aires, de las aguas serranas.

Publicado en el periódico digital
Salamanca rtv Al Día.

y en la página digital de la 
Gaceta  Regional  de Salamanca
"Viva mi pueblo".

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

Barrio de "El Castillo", La Alberca, mientras sonaban los clarines en la tarde.
16 de agosto de 2015.
Rincón albercano.

miércoles, 29 de julio de 2015

El hombre del viento


Luis Navarro Navarro, venteando su cosecha de garbanzos.
Aldeatejada(Salamanca), domingo 19 de julio de 1015.
Venía yo por un camino de polvo rojo.

Pedaleaba en la tarde, ya cuarteada, bajo un calor  rencoroso que no me perdonaba el sudor. Era la hora en que los girasoles empiezan a dar cabezadas. Un viento áspero, rasposo, como de lengua de vaca, recorría los rastrojos, subía y bajaba por los tesos, peinaba las alamedas de los regatos, e iba por los caminos de polvo blanco, por los del rojo, y por donde le vagaba.

Llegaba yo a Aldeatejada, y en un huerto que sorbía los suspiros de las escuálidas aguas del arroyo Zurguén, me encontré al viento juguetón haciendo de cedazo. Salía de las manos de un anciano, se arremolinaba en un puñado de garbanzos, por el tobogán de la bajada se alimentaba de cáscaras, y, como criatura engolosinada, se volvía a poner a la cola para repetir el vértigo de la limpiada.

Orillado junto a la cerca de piedra, me entretuve en el venteo que el hombre hacía de sus legumbres. Reparé en la fuerza con que tomaba los puñados de la carretilla, en la cadencia de la subida hasta la altura de su cabeza, y en el tiento de la suelta de los garbanzos. Mi mirada iba juguetona como el aire estoposo de la tarde, y tanto hube de ir arriba y abajo, que llegó un momento en que me pareció que  hasta las nubes se querían meter en sus manos, y salir entre los dedos a jugar con el viento.
Luis Navarro, el hombre que doma al viento.
 Y en estas que el anciano reparó en mí. Que de dónde venía con los calores que redoblaban en el campo, y que a dónde me  acercaba, me preguntó con palabras delgadas. No hizo falta que su voz  me tamizara más que éstas, para que le cogiera el deje. 

Y tanto que éramos paisanos, y con su habla salaína de la Sierra de Francia, me contó que era de Valero, pero hacía más de 50 años que no vivía por allá, que se había venido a estas llanuras, y que desde hace trece años habitaba en la localidad. Que se llamaba Luis Navarro Navarro, para servirme, y a quien de buena voluntad se acercara; que tenía 82 años y que había entretenido sus días siendo no más que pastor.

Y que llevaba días esperando al viento de esparto en el que estábamos para la limpia de sus veinte kilogramos de legumbres, también me lo dijo con su entrañable deje serrano. 

Me fijaba en los garbanzos que ya iban limpios, y pensaba que eran muy pequeños, más aún que los de Pedrosillo. Cosas de la sequía de este año, me decía Luis sin dejar de columpiar entre sus dedos al viento. Pero que los suyos nunca eran de mucho engorde, aunque, eso sí, sabrosos y mimosos en la boca como la mantequilla.

Y luego nos dijimos de la grana de nuestras vidas. Cuatro cosas; cuatro mojones nada más para dar razón, cuatro datos cosechados de nuestros años echados al aire de los días, limpios de cáscaras, y que guardamos, como  legumbres en sus tarros, en la memoria.

Y aún así, cuántas piedrecillas, cuántos abrojos, cuántos insectos se nos cuelan y ocultamos en nuestros recuerdos.

A los diez años, me decía Luis, había empezado a pastorear cabras allá por su Valero, entre las peñas, por los valles, entre jaras y pinos, subiendo a la Sierra de la Quilama, durmiendo al raso en los veranos, y añorando el verano en los inviernos. Luego, el pastoreo de los años de había traído a las grandes fincas de estas tierras, y -apuntaba con orgullo- no entrarían en las gradas de un buen campo de fútbol, los ganados que tiene guiados por las dehesas.

Sí, ya se sabe: Luis no ha sido más que un pastor. Pero allí, mirando sus ojos chiquitos como garbanzos en su vaina, llenos de chispas de sol, sintiendo su untuosidad de mantequilla, y escuchando el deje común de mis abuelos, yo me decía:He aquí un Pastor, ¡nada menos!, he aquí un hombre que sabe domar al viento.


Nadie sabe cuánto sol, ni agua, ni viento, ni fuego, ni hielo, ni guiños de las estrellas hacen falta que caigan sobre los campos para que alguien coja de su parcela un puñado de garbanzos.


Acaso nunca sepamos tampoco, qué es lo que hace que de una vida quede apenas uno puñados de cosa, delgadas, chiquitas, famélicas a veces por la sequía, pero eso sí: nutricias, sustanciosas, y buenas para los pucheros de los días, y para compartir en una tarde de ardoroso viento.

Ángel de Arriba Sánchez
El Escribidor del Tormes

Gracias, Luis por compartir la noble semilla de tu vida...

jueves, 16 de julio de 2015

En el azul serrano



José Valdivieso, cámara de Tv CyL, rodando en la Plaza de Eloy Bullón de Sequeros.
17 de junio de 2015.


Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca.
León Felipe


“Cuando las mimosas redondean el amarillo, llegaron unos cineastas a mi pueblo”, así comienza un relato propio titulado “Queríamos tanto a Ana Torrent”. En este texto fabulo si mentir, que en esto se diferencia la literatura de la mala política, sobre los días en que se rodó en Sequeros la película “El nido” del director Jaime de Armiñán, con los actores, entre otros: Héctor Alterio, Ana Torrent, Patricia Adriani, Agustín González, Luis Politti…, y que fue candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

Aquellos, eran días de marzo del transitorio año de 1980.

En tránsito andaba el país, de vuelta, alejándose de sus mejores años, andaba el pueblo por el que correteaba, y hasta la sangre nuestra, la de los muchachos que participamos como extras en aquel filme, andaba también de mudanza de la niñez.

Yo tenía, a la sazón, 13 años, y rondando esta edad estarían los demás compañeros de aula. Un mes, si no recuerdo mal, fue lo que duró el rodaje de la cinta en nuestra tierra. El equipo se asentó en Sequeros, y desde aquí salieron a rodar a la Honfría de Linares de Riofrío, a las Casas del Conde, y a San Martín del castañar.

Y de esto, de la emoción que nos produjo la llegada, y de los días que acompañamos al equipo en el rodaje de escenas varias, es de lo que narro en mi relato.

Rodando en el Mirador de la Cruz, La Cabezuela, Sequeros , Salamanca.

 Un día recibí un mensaje. Lo enviaba José Antonio San Martín de la Riva, director en Castilla y León Televisión del programa “Castilla y León de cine”. Que había leído mi relato, me decía, y que si tenía inconveniente en que me entrevistaran sobre mi experiencia en el rodaje de “El nido”. Por supuesto que no, respondí, y me comprometí a llevarles a la Sierra de Francia para mostrarles las localizaciones naturales de la película, y a buscar a mis compañeros en aquella aventura de la niñez, por si querían también participar,

Y así lo hicimos el pasado 17 de junio, en que José Antonio salió con un equipo móvil de Valladolid, me recogió, y pasamos toda la mañana rodando y entrevistando en Sequeros. Gracias a la amabilidad de los sequereños, las facilidades puestas a nuestra disposición por su alcalde, Mauricio, y al buen hacer y simpatía de Mariona, de la Oficina de Turismo, pudimos hacer el rodaje sin premuras en las Iglesia de El Robledo, en el viejo, único y bello liceo el Teatro León Felipe, así como por las calles, la plaza de Eloy Bullón, los soportales de la Calle Concejo y el extraordinario paraje de La Cabezuela.

E iniciada la tarde, nos acercamos hasta San Martín, en donde almorzamos, momento en que mis acompañantes no dejaban de elogiar las chacinas, las carnes de la tierra, las frutas, y el vino de rufete (variedad autóctona, les decía y redecía) que nos sirvieron.

Rodando en San Martín del Castañar, Salamanca.

Luego seguimos apresando imágenes por las sinuosa calles de esta otra singular villa serrana, y en su iglesia, la de soberbio artesonado mudéjar casi gemelo del que también enseña orgulloso El Robledo sequereño. Y nos demoramos en la balconada de su espadaña, lugar fílmico donde los haya. Y en las escuelas, donde me vino un recuerdo de celuloide en una de las aulas, y allí me volvía a ver,  sentado en un pupitre escuchando una lección a la bella maestra.

Y ya oigo el ¡corten!, para terminar las escenas de esta crónica.

Pero antes diré, que al inicio del viaje, el director televisivo me confesó que había oído hablar mucho de Sequeros, y de San Martín del Castañar, pero que no los conocía. Yo intenté decirles de los encantos de estos lugares mientras el coche avanzaba hacia el sur.


Pero solo cuando, ya a las puertas de mi casa en Salamanca nos despedíamos, supe que me entendían. Y lo supe porque traían, como yo, que es de entender porque venía de los azules días de mi infancia, la mirada calada de brillos celestes; como quien sale de un cine después de haber visto maravillas tantas.



Editado en el
Periódico de la Sierra
julio de 2015

Ángel de Arriba Sánchez
El escribidor del Tormes

En el Teatro León Felipe,Sequeros, Salamanca

Rodando en San Martín del Castañar,Salamanca.

Rodando en San Martín del Castañar, Salamanca.

Entrevistando a Ana Rodríguez Miguel en la plaza Mayor de Sequeros, El Altozano.

En la Cabezuela, con Mauricio, Alcalde, y José Antonio San Martín de la Riva, y José Valdivieso.