martes, 24 de diciembre de 2013

Cuento gráfico de Navidad

Ilustración de Roberto Innocenti ,
del libro "Cuento de Navidad",
de Charles Dickens.
Editorial Lumen, 1990,
 libro  que conservo en mi

 biblioteca como "Oro en paño"...
No sé muy bien cuál de todos los que obran en este blog, será el encargado de hacer este año el “Cuento de Navidad”.

Lo propio es que fuera El Escribidor quien realizara el post, como acostumbra, pero en esta ocasión el protagonismo parece llevárselo “El Dibujador”, con ayuda de “El Fotografiador”, que trae las fotos del proceso de realización de la felicitación navideña que éste ha hecho para sus Amigos Virtuales , de Virtud, y para el que hasta aquí se quiera allegar.

O acaso, ya de puestos a nombrar gente, como si esto fuese un atril de entrega de premios, también participe en esta entrada, a su manera, “El Cocinador” que es quien sustenta las inquietudes artísticas de los demás con suculentos cocidos castellanos y similares guisos tradicionales.

Así mismo, también conviene citar a quien no le toca otra que entretenerse en tareas administrativas - no siempre de 8 a 3 y con pausa para el café- que requieren los envíos de las postales digitales y enlaces de este blog, que llamaré, en la línea bautismal que me traigo últimamente “El Oficinador”, que es el que se pasa las horas sentado en su gabinete, "castañueleando", o "panderetando", ya que vamos con espíritu navideño, con las teclas del ordenador. 

A este último protagonista de la historia ínfima que aquí se quiere contar, acaso haya que apodarle mejor “El Asomador”, pues es aquel que asoma la cabeza por tus dominios de la Red, llega hasta tu página,llama y saluda: “¡Hola! ¿Qué tal…?”, y ¡Hala!, hasta la cocina…

Y hablando de asomarse: me vais a perdonar un momento,  que he de asomar la cabeza por la ventana de la página oficial de  “Loterías y Apuestas del Estado”, que escribo esto el día 22, a media mañana, y a lo mejor me ha tocado “El Gordo”, y ando por aquí mareando la letra a propósito de unos garabatos mal dibujados…

Nada; aún no ha salido mi Premio Gordo, así que seguimos hasta que quiera venir…


Boceto inicial para el dibujo...

A todo esto, me estoy temiendo que se enteren en la Real Academia de la Lengua Española de Madrid, de todos estos "nombrajos" que me vengo inventando... Aunque os confieso que tampoco es exagerado el temor que me entra, pues ¿Qué me van a hacer los ilustres académicos? ¿Acaso me van a “Exdiccionar” para que no pueda entrar nunca en el Cielo de la Lengua? No lo creo, aunque a veces parezca que hagan cosas peores con sus normativas de los jueves. Además: con la pobreza que  la gloria literaria me tiene destinada, ya cuento, así que pierdo el cuidado...

Pero lo que sí me aterra más, es que manden para afear a este escribidor libertino a su "Brigada Especial de Delitos Lingüísticos", que esto ya es grave, pero como la envíen con Arturo Pérez Reverte a la cabeza, eso ya es muy serio, y hasta tremendo como le dé por soltar los tacos que se le descuidaron a don Camilo José Cela…

Y bien, estábamos en lo de escribir (o yo no sé muy bien qué) un cuento para estos días de alto contenido en levadura emocional.

El caso es que este año, en vez de escribir un relato con letras de mazapán, he optado por ilustrarlo, y dejarlo un tanto dulce, de miga presta para apretar y muy blanco, como los polvorones de Estepa.


La cosa va tomando forma...
La verdad es que tengo un par de historias con bastante buena madera para tallar en ellas un cuento pascual decente, aunque, y sobra que lo diga, ni comparación con la más famosa de todas, la que hiciera Charles Dickens, ni las que nos regaló O´Henry, ni las que vemos en tantas películas, ni siquiera con la estupenda que nos cuenta Paul Auster en su libro y película “Smoke”. En fin, tal vez un día de estos cuente alguna por aquí, aunque advierto que yo no tengo la culpa de haber nacido después de tan buenos maestros. 

Así que empiezo, y esto fue que un día, faltando poco para la Navidad, paseaba yo en mi faceta de “Pensante”, pues si digo “Pensador”, podría parecer que hacía algo transcendental e importante. Ese día, como siempre antes de salir de casa, el dibujador que hay en mí me ha metido en mi chaqueta una libreta, “¡Por si eso...!, me dice no queriendo decir como los viejos compañeros. En el otro bolsillo grande, el Fotografiador ha puesto su cámara, que a lo mejor el día viene hoy caprichoso y trae  el antojo de retratarse, me advierte guiñándome un ojo y poniendo pose interesante, el muy creído.¡Pues ni que fuese Robert Capa!... 

En el bolsillo del pantalón, noto  que el Cocinador me ha puesto el papelito doblado con la lista de la compra. Y que no se me olvide la harina que a la noche hay rebozo, me ha recalcado en letras rojas, y que qué patatas le traje el otro día, ¡Por Dios!, si es que me engañan como a un crío, es lo que pienso al ver el escrito, pues es lo que me lleva diciendo desde hace una semana. y todavía, antes de salir, el del oficináculo me viene con cuarto y mitad de lo que necesita para que se lo traiga, y que si tinta para la impresora, y que si recargue la tarjeta de internet.


Todo preparado para empezar, 4 de diciembre,
Santa Bárbara, mi cumple...
Y paseaba luego, decía, observando cómo noviembre les estaba quitando la sonrisa a los árboles, cómo los chopos del Tormes que paseara Unamuno, los que hacía nada se reían con carcajadas anaranjadas, no mostraban ahora más que una mueca desdentada. El otoño tardío dejaba a las cosas del mundo en un desaliñado boceto, cuando en esto, a mí se me ocurrió un dibujo primaveral que atrapé en mi libreta.

Fue el germen de la postal navideña para este año. Y es que desde hace mucho me ha gustado dibujar mis propias tarjetas para amigos y familiares. Para ello escojo siempre el motivo, selecciono el papel adecuado, los mejores sobres de suaves color pastel, y recorría la ciudad dando la tabarra a los estanqueros para conseguir el sello más inspirado y colorido para los envíos, y esperaba en el frío la apertura de las multicopistas para que que con el novedoso invento de las fotocopias en color me las imprimieran. 

Esto era, claro, en los tiempos analógicos, pero luego el teléfono, otros inventos tecnológicos incluido el Fax,  me fueron destiñendo la costumbre de felicitar con tarjetas.

Son tiempos aquellos de mis analogías, que se niegan a marcharse de mis hábitos, se me aferran a veces que no veas, y es que les noto que cada día se ponen más pegamento y se van tornando cada vez de un tono más sepia. 

Me parece, por sacar alguna muestra, que entonces  los anuncios televisivos tenían, además del interés comercial, otro calámbrico, y cuando llegaban por estas fechas en las que estamos, a los rudimentarios aparatos de las casas, era como si regersara un familiar lejano y querido, o las chicas guapas de la ciudad al pueblo en las vacaciones, o el novio  con su acartonado uniforme de permiso , de la "Mili".

Recuerdo, a todo esto, que la Nochebuena de 1987 me pilló a mí haciendo el servicio Militar. Era el cocinero de la Residencia de Oficiales, y si quería librar el Fin de Año para volver a celebrarlo sin freno con la pandilla en el pueblo, me tocaba pasar aquel trago en un remoto lugar burgalés, muy cerca de Atapuerca. El capitán de guardia cenaba con otros oficiales en su sala, y por la puerta, y a través de un largo pasillo por donde iban y venían los camareros, nos llegaba hasta la cocina los fogonazos auditivos del televisor que los militares veían en un silencio de distinta gravedad según su rango. Mis ayudantes cocineros, los camareros ociosos que ya habían servido la cena, unos cuantos soldados de remplazo que, por ser de nuestros distintos pueblos acogíamos saltándonos las reglas en lugar tan calentito y bien provisto, ocupábamos la gran mesa central de la cocina y algunas otras laterales. Jugábamos en grupos a las cartas, puliéndonos nuestra paga mensual de 700 pesetas al julepe y al poker. Bebíamos pacharán  escamoteado del almacén del bar, fumábamos como reos de día terminal, y despistábamos con nuestras sonoras chanzas lo que nos parecía la sensiblería de la noche.


Haciendo la "Mili",
Base de Castrillo del Val, Burgos, 1987.
Y lo estábamos haciendo bien, hasta que por el pasillo sentimos que se acercaban como tropel de chiquillos pidiendo el aguinaldo, las notas y la voz de la canción de un conocido anuncio de turrón. Estaríamos en la cocina cerca de quince recios mozos, y todos nos callamos de sopetón, como si entrara en la cocina un general, y entonces todos pudimos oír el estruendo de loza rota que cada uno sentíamos en nuestro interior, como si hubieran salido de sus simas ancestrales  todos los "Homos Antecessores" que hay en cada uno de nosotros, y nos estuvieran pateando las entrañas.

Y es que hay cosas que, como al enorme toro de Osborne que no se cansa de pastar asfalto por nuestras carreteras, deberían declararlas “Patrimonio Emocional” de una generación. 

Lo mismo he sabido que le sucedía a muchos, al escuchar los primeros compases del Vals compuesto por Maurice Jarre para el filme “Doctor Zhivago” y la posterior aparición de “El Calvo” de la Lotería. Cuánto nos hemos acordado estos años del actor británico que encarnaba la magia de la suerte, pero sobre todo en éste que se nos va, de cuyo anuncio no diré nada, no siendo que a la Brigada Lingüística de más arriba, se le ocurra unirse al cantante Rafael y le dé por mostrarme su arte.


Pero estaba en que se me ocurrió paseando la idea para la felicitación de este año. 
El motivo general fue un gran libro, un hermoso tocho cuyo interior se vacía para edificar la conocida y bella Plaza Mayor de mi ciudad, Salamanca. El por qué de la idea, no lo sé, pero me encandiló enseguida. Acaso me vino porque un libro es como las buenas plazas: un estupendo lugar para pasear pensamientos, para ver y dejarse ver, para mostrar tu mercancía y ver qué se cuenta el vecino. Los libros, como las plazas, son lugares frecuentados por las palomas en busca de pacífica migada, aunque alguna vez también se cuelan los cuervos de mal agüero...

Así que ya tenía el motivo central, y por lo demás, cuando se quiere hacer algo navideño, uno queda sujeto a la iconografía tradicional. Por estas latitudes hemos de poner nieve, alguna ramita de acebo, un vociferante Santa Claus, la estrella de Belén y tres magos en ruta tras su estela. 


Y empecé a dibujar.

Y a por la nieve me fui, en cuanto como liviano Churriguera hube bocetado la Plaza mayor charra, una de las "ágoras" más celebradas del mundo... 

Antiguamente cada ciudad tenía su pozo de las nieves, que era un lugar profundo y de permanente umbría donde se custodiaba este elemento, para utilizar las virtudes de su frío durante buena parte del año. Y el pozo de las nieves de la memoria es la niñez, así que al lugar en que nací y en que los primeros años pasaron por mí, me fui a buscarla. 

Es la Sierra de Francia salmantima la que quiero representar a la derecha de mi dibujo. Es la Peña de Francia la que sobresale señera, cubierta de nieve fresca y nutricia como la buena memoria que todo  conserva. Es La Alberca, el lugar donde nací, el que hace guardia a sus pies, es también Babeca, el lugar no menos cierto donde vuelvo a nacer en cada uno de mis relatos. 

Más apartado de su pie, pero sin rechazar la sombra de la Peña, represento el mágico paraje de  "La Cabezuela", con su cruz de sufrido granito y su olmo. Es en la realidad un magnifico mirador serrano desde el que tantas veces oteé las luces de buque en la noche de Béjar, Miranda del Castañar, Garcibuey, Villanueva del Conde...y de otros que sin verlos, como San Martín, El Soto, Mogarraz, La Hergüijuela...los tenía presentes.



Muchas fueros las noches que, tumbado en la hierba de esta colina, intenté aprender la cháchara que se cuentan las estrellas. Por allí estaban también mis amigos, como Chema y Manolito "El Taxista", que este año han fallecido. El olmo ya no está. Hace tiempo sobrevivió a duras penas a la enfermedad de la "Grafiosis" y creo que últimamente no pudo hacerlo con el correazo de un rayo. Pero yo conocí el tiempo lozano de su ramaje, a donde me subía, como un vigía,  para ver mejor  si distinguía en la oscuridad del océano serrano las brillantes luces de la nave que llegaba para embarcar mis sueños. 

La Cabezuela está un poco apartada de la villa de Sequeros, lugar serrano donde desenvolví parte de mi niñez, mi adolescencia y juventud primera. El paraje y el caserío se comunican con un bonito camino, por el que en mi dibujo se acercan  los "Reyes Magos". Sabía que tenía que incluirlos, pero tampoco sé por qué los puse precisamente ahí. 

Es ahora cuando con pose de psicoanalista argentino, o de personaje de Woody Allen, se me ocurre que el lugar es correcto y el lógico para ellos,pues aquellos, nuestros más tiernos años son, con mucho, los senderos mejores para conducir las ilusiones.

Pero entremedias de los tiempos albercanos y sequereños, pasé cinco años en Salamanca, en una institución cercana al río Tormes, bastante más allá de lo que se decía antaño de "extramuros" de la ciudad, y de la normalidad, pues se trataba de un orfanato. 

Así que dibujo el  río de Helmántica, siempre distinto como todo cauce, pero el mismo que conocieron los romanos, y en vez del longevo puente de piedra que levantaron, represento el monocentenario de hierro gris azulado llamado de "Enrique Esteban", en honor del concejal que en 1913 -ha hecho 100 años- promovió su construción, y de paso, salvó al Puente Romano del estropicio urbanístico que planificaban para él.

Fueron tiempos duros aquellos en los que me trajeron con tres años a consecuencia de la temprana muerte de mi padre. Acaso por ello el río esta congelado, su curso interrumpido, la vida que en él había aterida.

Pero tengo buenos recuerdos de la extinta "Residencia Provincial de Niños de San José" donde estuve 5 años con un montón de compañeros de juegos y fechorías. Y con monjas de La Caridad, que como todo en la vida, las había de diversos pelajes, en  carácter y comportamientos, pero a las cuales les tomé cariño, y les tengo agradecimiento. Ellas nos llevaban en los veranos a bañarnos a este río, y para que hiciéramos las cabañas que todo niño construye como esforzado Robinson en las islas de su imaginación, por los parajes fluviales de  "La Flecha".

Con una de aquellas monjas, de 85 años, entablé amistad hace dos años. Fui al colegio donde habitaba, pues "La Resi" hace tiempo que fue derruida para dar paso a los nuevos tiempos. Me contó cosas, me dio fotografías, y un día de abril de este año me llamó para que fuese a verla, que quería darme algo. Dejé pasar los días, y uno de mayo hice intención de visitarla. Pero no me fue posible. Al llamar para anunciar mi visita, me comunicaron que el día anterior le había dado a sor Isabel un derrame cerebral. Fui a visitarla en al hospital, donde la mujer estaba poco menos que como un vegetal, pero se las arregló para hacernos saber con los ojos que me reconocía, cuando las otras hermanas se lo preguntaban.

Pasaron tres meses y sor Isabel parecía querer recuperarse. Mejoraba a duras penas en una casa de reposo que su congregación tiene en Alba de Tormes. Así que a verla me fui a finales de este verano en bicicleta. Hablaba a duras penas, "conocía", como suele decir, pero días antes se había caído al intentar andar y tenía sus huesos quebrados. Esta vez sólo me dio cinco o seis palabras que pedaleé sin tregua en la ruta de regreso, como intentando alargar  el recorrido de su escueto mensaje.

Uno no sabe mucho, pero esa vez supe que iba a ser nuestro último encuentro. Falleció la monja amiga  quince días después.

No he sabido qué era lo que me quería dar, no he averiguado para qué era que me había llamado. Pero es igual, pues siento que ella me ha dado mucho. En uno de nuestros primeros encuentros me había dado una medalla creada por su Orden: "La Virgen de la  Milagrosa", y un milagro sería lo que ese trozo de metal acaso hizo por mí en un cercano percance que me aconteció...

Y yo ahora, con vuestro permiso, le dedico este cuentecillo de Navidad, le entrego estas 2500 palabras que lo forman, y la hago patinar , aunque no la veáis, con su hábito azul marino, por el hielo acaramelado de mi dibujo, repitiéndome entre risas pudorosas las últimas palabras que ella me dio.

Y prosigo, que ya me estaba a mí pareciendo raro que no saliera por aquí el "Bicicleteador" de este blog.

Por ello, porque después de todo la infancia siempre la recordamos feliz, hay gentes jugando, patinando, y divirtiéndose como si nada. Por ello también, e inspirándome en un momento congelado en una conocida fotografía salmantina de 1943, hay cuatro hombres en mangas de camisa, echándole una partida de naipes a las privaciones , recortes y  calamidades de la crísis invernal...

No sé cuanta gente quedará leyendo todavía  por aquí abajo, a estas altura del texto y con la que estoy soltando, pero ánimo, que ya queda poco.

Yo mismo, al leer esto que he escrito, llego a pensar que todo lo que aparece en el dibujo obedece a un diseño premeditado desde el inicio. Y no, todo lo contrario. Es aquello que dicen que "El Arte sucede". Y es verdad, pues salvo el motivo central del libro, lo demás me ha ido apareciendo e imponiéndome su sitio, como una pandilla de actores borrachos que pasaran del director de escena. 

Por lo demás, la estrella de Belén trasmutada en un signo de Facebook es un guiño a este mundo digital en el que nos movemos tan fugaces y evanescentes de "me Gustas", "Ya no me Gustas", y donde los fenómenos son tan duraderos como un meteorito.

Pero es lo que anuncian los cielos de estos tiempos.

Y de Santa Claus , qué decir, cualquiera le dice que no se meta en el dibujo, con la recua de renos astados que lleva. Además, el viejete, aunque no sea muy hispano, cae simpático allá por donde va, como un actor de moda.


La tradición nórdica del árbol iluminado me gusta, y me parece muy risueño eso de ponerle luces a las ramas, regalos y hacerle mimitos brillantes a lo vegetal para que no se deje vencer por la sempiterna recesión estacional  y vuelva a tirar para arriba, que es lo que siempre quiere la Vida.

Y el acebo del primer plano central, no es que sea una cursilada, es que me acuerdo de las "Saturnalias", en que era símbolo de amistad, buenos deseos, y se pasaban los vecinos sus ramitas. Así que ahí lo dejo para el que quiera coger una.


Pero todo esto que llevo contado, acaso sea inútil, pues si lo pienso bien ninguno de los que presupongo al principio es el realizador final de esta felicitación navideña. Ni siquiera yo, que ya quiero concluir este post, sino tú, quien ve la imagen, el lector digital,  el que sacará la interpretación de lo que le muestra según su particularidad, antojo, o sensibilidad, por mucho que le digan esto  o lo otro. 


Todo va a ser que a los escribidores, dibujadores... los "Hacedores", como dijo Jorge Luis Borges, les ocurre que andan todo el año en la Navidad, pues buscan encontrar con su modesto arte en cada palabra, en cada trazo de un dibujo, en cada nota musical,en cada ingrediente en  los fogones, en el rutinario trabajo bien hecho, en un viaje en bicicleta para ver a una amiga... el alumbramiento de una verdad, la inefable epifanía que tiene para contar cada instante, cada persona, cada cosa...

Y buscar eso cada día, es el verdadero espíritu de la Navidad...

¡Con mis mejores deseos para cada uno de vosotros! ...


Vídeo-secuencia del proceso del dibujo...

Postdata:
El último de los reyes que viene  por el camino, es Madiba. No se le reconoce porque viene lejos, pero es el Mago Mandela, al que le he pedido este año que me dé algo de su sabiduría política y bondad humana...





























4 comentarios:

Susana Campos Machado dijo...

Preciosa felicitación, y precioso relato, como siempre...!!! Gracias amigo "Escribidor" y Feliz Navidad de Corazón!!!!

Miguel Ángel Guerrero Ramos dijo...

He aquí que se destaca con lujo de detalles no solo la mejor faceta del "Escridor", sino la del "pensador" fenomenal. Una historia, tal y como promete entre sus líneas, con un alto grado de levadura emocional. Realmente una grata sorpresa. Muchas felicidades, amigo Escribidor.

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

¡Gracias Susana! Eres muy amable con tus palabras. Ya sabes: se hace lo que se puede...Un abrazo, y lo dicho...

Ángel de Arriba Sánchez dijo...

¡Gracias Miguel Ángel! Son muy motivadoras tus pensamientos, y que los manifiestes más...Un abrazo.